lunes, 22 de junio de 2015

SEIS PARA SEXTO I





Tomada de
http://www.cubahora.cu/blogs/la-palma-de-la-mano/
Por Lisandra Chaveco Valdés

Tengo un gran maestro que “peina de memoria” su desierta cabellera. Se asemeja al típico abuelo de los animados, de expresión dulce y hablar pausado, con la virtud de atraparte dentro de cada frase. La estatura pequeña y los ojos sensibles a la luz, debido al uso habitual de lentes, Luis Sexto es el niño apasionado por la poesía, el reportero de Bohemia, el cronista de todos los tiempos. Conocerle genera una combinación de afecto y respeto. Implica descubrir el pasado de un periodista de corazón.

-¿Cómo recuerda Luis Sexto su infancia?

Como una mezcla de júbilo, de añoranza y también de tristeza. Júbilo y añoranza, porque a pesar de todas las dificultades de aquella época y de mi familia, yo tuve una infancia feliz: conté con padres excelentes, para quienes mis hermanos y yo fuimos su razón de ser. Pero también la tristeza caló mi espíritu: no tuve siempre todo lo que quise, conocí de comer poco por no tener qué, perdí amigos a causa de enfermedades tan comunes como el tétanos, vi a mis padres sufrir por no tener trabajo.

Nací en un pueblito de campo, perteneciente a Remedios, tierra villaclareña, sin luz eléctrica, rodeado de cañas y paisajes, cerca del río Caunao. Allí transcurrió mi infancia hasta los nueve años, cuando la familia se trasladó a La Habana: la Meca de los desahuciados en aquel período.

En la capital aprendí a conocer nuevas visiones, nuevas sensaciones, siempre dentro de un marco sumamente estrecho, pues mi familia era económicamente limitada. Con el tiempo nuestra situación mejoró: mi padre obtuvo buen trabajo, pudimos comprar nuestro primer televisor y yo comencé a estudiar en un colegio religioso, gracias a las influencias de mi tía. De ese colegio, con 14 años, pasé al Seminario Salesiano.

Mi ingreso en el seminario marca la frontera entre el haber vivido de una manera y comenzar a ver otra. Desde ese instante, ya yo no fui el mismo, me transformé: se me educó, se me enseñó el valor de la cultura, aprendí a leer libros, a encontrar placer en el estudio. Allí comprobé que la sabiduría podía ser un medio y no un fin. El seminario cambió mi vida.

Continuará...

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