lunes, 27 de febrero de 2017

¿Cuántas novias tienes?



 Por Lisandra Chaveco

 La pregunta aparece irremediablemente en diferentes espacios: en el grupo de amigos, con los compañeros de papá, entre los “socios” del barrio o en el ámbito familiar.

¿Dónde dejaste a la novia?, ¿Cómo estás en jevas?, suelen ser frases populares en las conversaciones entre hombres de diversas edades y niveles de escolaridad.

Incluso, desde la infancia es común escuchar a algún curioso o curiosa interpelando al niño de cinco o seis años con la interrogante ¿cuántas novias tienes?

Sin darse cuenta, los pequeños van quedando atrapados en un laberinto de roles y exigencias que los convierten en prisioneros de un modelo hegemónico. Su identidad comienza a configurarse en términos de competitividad y poder, colmada de ritos de iniciación que marcarán su vida futura.

Desde edades cada vez más tempranas, la sexualidad se convierte en una práctica obligatoria para legitimarse como hombres dentro del estereotipo dominante, independientemente de los afectos. Se naturaliza como un recurso para demostrar superioridad, para obtener privilegios y el reconocimiento de varones y mujeres que también reproducen el modelo.

“Ya te hiciste hombre”, suele ser una expresión frecuente en charlas amistosas para referirse al estatus del joven después del primer coito. El festejo del inicio de la vida sexual o la presión para que lo haga (al margen de sus propias expectativas, demandas y deseos), conlleva a asumir la práctica sexual, erróneamente, como una obligación social masculina.

Por otra parte, la heterosexualidad, el rechazo activo a la homosexualidad y a ciertos comportamientos considerados femeninos también constituyen requisitos a cumplir durante el proceso de iniciación. De acuerdo con el código, los varones se ven incapacitados para sentir y expresar emociones. En su papel de “tipos duros” no puede haber lugar para las lágrimas, las muestras de cariño, el dolor o el miedo.

Además, de acuerdo con las investigaciones de Keijzer, 1992, y Bonino, 1989, se celebra la vivencia de situaciones de riesgo, el ejercicio de la violencia, el descuido y el abuso de las capacidades corporales.

Atrapados entre calificaciones y descalificaciones, grandes y chicos pierden de vista como reniegan de la propia subjetividad, pierden la habilidad de crecer como personas y no perciben que existen muchas maneras de ser hombre.

Aceptar la propia vulnerabilidad masculina, aprender a expresar emociones y sentimientos, pedir ayuda y apoyo, utilizar métodos no violentos para resolver los conflictos, aceptar y asumir actitudes consideradas tradicionalmente femeninas sin prejuicio, es el primer paso.

No tiene por qué ser fácil, pero si es el camino para alcanzar una identidad masculina que permita al individuo ser persona en el más amplio sentido de la palabra.

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