lunes, 20 de marzo de 2017

Micromachismos, sutiles violencias cotidianas



 Por Sara Más

Hay pequeños actos cotidianos que transcurren como algo normal y natural, nunca llegan al maltrato crudo de un puñetazo, pero constituyen también manifestaciones violentas hacia las mujeres, más frecuentemente en las relaciones familiares y de pareja.

Los micromachismos, un término acuñado por el psicólogo argentino radicado en España Luis Bonino --y también un fenómeno estudiado profusamente por él--, están presentes en la sociedad cubana, asegura la profesora Aida Torralba.

“Son producidos por las conductas de hombres que afectan a mujeres en parejas heterosexuales y tienen como basamento la socialización de género en una cultura donde los hombres son socializados para el poder y las mujeres para la subordinación”, aseguró la psicóloga, profesora de la Universidad de Holguín, a 740 kilómetros de La Habana.

“Son una forma más sutil en que se expresa la violencia y el machismo”, dijo durante el X Taller Internacional Mujeres en el siglo XXI, organizado por la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana del 6 al 9 de marzo en la capital cubana.

“Mientras va perdiendo legitimidad el machismo duro y puro de nuestros padres y abuelos, aparecen otras maniobras que son más sutiles, dirigidas a conseguir lo mismo: la dominación de las mujeres”, sostuvo Torralba.

Se asegura que se trata de maniobras que, sobre todo, se enfocan en limitar y oponerse al cambio de la mujer y al hecho de que ellas ganen autonomía en la sociedad.

Según Bonino, se trata de pequeños y cotidianos ejercicios de poder y dominio, de bajísima intensidad, sobre las mujeres; formas larvadas de abuso en la vida cotidiana que le permiten al hombre hacer lo que quiere e impide que ellas puedan hacerlo del mismo modo.

“Estos micromachismos tienen como objetivo excluir a la mujeres del ámbito del poder y de su derecho a la autonomía, pero no desde posiciones abiertas, sino más bien desde conductas sutiles que son mucho más difíciles de identificar”, recalcó la profesora.

Los micromachismos también han sido clasificados, aclaró la experta, en utilitarios, encubiertos, de crisis y coercitivos.

Los utilitarios aluden a estrategias de imposición de sobrecargas por evitación de responsabilidades. Se les llama también requerimientos abusivos solapados, pues explotan la capacidad femenina de servicio. Ocurre, por ejemplo, cuando se asume y delega que ella siempre sirva el café, atienda el teléfono, abra la puerta o resuelva el problema cuando sentados todos a la mesa, él pregunta: ¿y la sal?

“No se le pide directamente a ella que la busque, pero es una forma de movilizar a la mujer, su tiempo y energía” reflexionó Torralba.

El micromachismo encubierto apunta a un supuesto cambio que no ocurre, realmente. Se expresa cuando se acepta discutir un tema, pero sin estar dispuesto a cambiar de opinión. “Pareciera que acepta, pero todo sigue igual”, resume la especialista.

También emerge en las impericias selectivas, evidentes cuando el hombre selecciona en qué es experto: no cocina porque no sabe, ni plancha --no porque no quiere, sino porque arruga la ropa--, o se declara torpe para cuidar un niño. Es una forma sutil de manipular: no asume tareas por falta de habilidad, porque ellas lo hacen mejor. Escoge colaborar en lo que le gusta hacer.

Los micromachismos de crisis, en tanto, aparecen en situaciones donde ella accede a mayor libertad y autonomía: si decide pasar un curso o debe salir de viaje, alejarse de la casa, el hombre dice que la apoya, pero tiene ella que hacerse cargo de todas tus responsabilidades más la nueva oportunidad. “No prohíbe ni se opone abiertamente, algo que podría verse mal, pero en la concreta no la apoya”, apunta Torralba.

El tipo de micromachismo coercitivo supone el uso de la fuerza moral, psíquica o económica. Un ejemplo: cuando el hombre posterga o demora a propósito la llegada a la casa para no involucrarse en lo doméstico.

Estas y otras muchas situaciones cotidianas provocan una desigual carga mental y física en detrimento de las mujeres, su sobre esfuerzo psíquico y físico, la reducción de sus reservas emocionales y de la energía para sí y para el desarrollo de sus intereses vitales, señaló Torralba.

Además, inhiben su poder personal, limitan su libertad, deterioran su autoestima y autocredibilidad, aumentan su desvalorización e inseguridad y provocan malestar e irritabilidad.

“Cuando la mujer logra identificar y comprender este tipo de violencia, aprende a discriminar los problemas propios de los ajenos, recupera los pensamientos autónomos y es capaz de ampliar su percepción frente a conductas de dominación masculina; reconoce la manipulación y eleva las posibilidades de evitarla.

Tomado de: www.mujeres.co.cu

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